viernes, 13 de febrero de 2009

1 CATEQUISTAS DE ADULTOS

La catequesis de adultos, en nuestro tiempo, es una necesidad de primer orden en la vida de la comunidad, dadas las circunstancias socio-históricas, de las personas que nos podemos encontrar en este tipo de pastoral, y que realmente son el presente de la iglesia y padres del futuro, valorando o haciendo un juicio realista de las experiencias o vivencias que esas personas hayan podido tener, y que realmente nos pueden ser conocidas o fácilmente entendibles porque seremos más o menos de la misma edad.
Esa coincidencia, puede ser un arma de doble filo en el trabajo del catequista:
Por un lado estamos inmersos en sus propias problemáticas, que asumimos desde muy cerca, lo que facilita la comunicación interpersonal y las relaciones lineales de tu a tu.
Por el otro lado, el catequista debe animar al grupo a que razone su existencia a la luz de la fe. Por lo que antes ha de poder experimentar ese razonamiento en propia carne, para actuar en todo momento coherentemente y con veracidad a la hora de anunciar que el reino de Dios es una buena noticia, en tiempos de crisis existenciales, económicas y sociales. Ayudándonos por tanto en nuestra experiencia como catequistas o simplemente como fieles, es conveniente recordar una serie de cuestiones que nos ayuden a ordenar las prioridades para poder hacer una planificación de la misma, en función de las personas a las que en principio van a ser dirigidas. Repasamos algunas de estas nociones de la mano del manual de catequética fundamental de Alberich, Emilio. “Catequesis Evangelizadora”.
LAS COMPETENCIAS DEL CATEQUISTA: «SER», «SABER», «SABER HACER »
El «ser» del catequista: su fisonomía humana y cristiana
Dadas las exigencias actuales de la catequesis, se siente la necesidad de personalidades convincentes y significativas, desde el punto vista humano y creyente. Más que por sus capacidades operativas o intelectuales, el catequista se cualifica hoy sobre todo por su «ser», por su «espiritualidad», por su perfil personal e interior con algunos rasgos específicos:
 Una suficiente madurez humana, presupuesto para el crecimiento en la fe, necesaria en el catequista con vistas al cumplimiento de su misión. No se puede pensar en una persona que, teniendo la misión de acompañar a otros en el camino hacia la madurez humana y cristiana, no posea ella misma un cierto grado de tal madurez. Esta base de calidad humana trae consigo no pocas exigencias de gran incidencia operativa:«El ejercicio de la catequesis, constantemente discernido y evaluado, permitirá al catequista crecer en equilibrio afectivo, en sentido crítico, en unidad interior, en capacidad de relación y de diálogo, en espíritu constructivo y en trabajo de equipo» (DGC 239; cf CAL 201).

 Una relevante espiritualidad e identidad cristiana y eclesial. En cuanto educador de la fe de sus hermanos, debe poseer una seria y convincente vida de fe, una cierta madurez de fe, para que pueda presentarse, no sólo como maestro, sino sobre todo como testimonio creíble. El catequista tendría que encarnar y mostrar visiblemente el nuevo modelo de creyente que, como ya vimos, están reclamando hoy las nuevas circunstancias religiosas y culturales. A su perfil espiritual pertenece también el poseer en forma adulta el «sensus ecclesiae», el sentido y la experiencia de Iglesia, con actitud interiorizada de pertenencia, de sensibilidad comunitaria y conciencia apostólica (DGC 239).

 Pero no basta: debe ser hombre o mujer de su tiempo, totalmente identificado con su gente, abierto a los problemas reales y con sensibilidad cultural, social, política. No prestan un buen servicio aquellos catequistas, incluso generosos, devotos y fieles a la Iglesia, que se mantienen en cierta manera al margen de la vida social y cultural. Solo con gente encarnada en la realidad del mundo se puede imaginar hoy una catequesis a la altura de las exigencias actuales. Cabe destacar por ello la importancia de los catequistas indígenas y la aportación indispensable de los catequistas laicos, que hay que estimular y fomentar.
El «saber» del catequista: su bagaje intelectual
Por lo que se refiere a los conocimientos, el «saber» del catequista se centra ante todo, tradicionalmente, en las ciencias sagradas: teología, S. Escritura, moral, liturgia, etc. Pero hay que advertir que en el mundo de hoy ya no es posible limitarse al ámbito teológico, aunque siga siendo imprescindible una buena base teológica para la competencia catequética. El catequista deberá conocer también la problemática pastoral de hoy y el proyecto pastoral de la Iglesia a que pertenece, la naturaleza y dimensiones del acto catequético, la condición y exigencias de las personas o sujetos con los cuales tendrá que trabajar y, de modo especial, el contexto sociocultural en que se desarrolla su labor (DGC 238).

Respecto al mensaje o contenido propio de la comunicación catequética, la dimensión «experiencial» de la catequesis pide hoy al catequista una familiaridad especial con las experiencias y lenguajes propios del hecho cristiano: en el área de la experiencia bíblica, en el ámbito variado de la tradición eclesial, en los lenguajes y experiencias de la vida de hoy.
La competencia operativa o «saber hacer» del catequista
Nuestro tiempo parece reclamar en el catequista una adecuada preparación en estos sectores de actividad: educación, comunicación, animación y programación.
Educación: el catequista es siempre un «maestro», un «educador», y como tal debe poseer las cualidades propias de todo verdadero educador, además de su equipamiento intelectual: tacto y sensibilidad hacia las personas, capacidad de comprensión y de acogida, habilidad para promover procesos de aprendizaje, arte para orientar hacia la madurez humana y cristiana, superando intereses personales o presiones institucionales.

Comunicación: el catequista debe ser promotor de comunicación de la fe: entre los miembros del grupo, entre la fe de la comunidad y la tradición cristiana, entre la comunidad y la más amplia realidad eclesial. Deberá demostrar familiaridad con las técnicas y lenguajes de la comunicación, con especial atención a la comunicación de las experiencias de fe-

Animación: el catequista es esencialmente un animador, dentro de la comunidad o grupo de catequesis. En este sentido, tendrá que conocer las reglas de la animación de grupos y, lo que es más importante, poseer una verdadera «personalidad relacional», es decir: ser capaz de crear relaciones profundas, de fomentar el clima estimulante y el protagonismo del grupo, haciendo que todos se sientan a gusto y valorizados. Con su labor de animación tratará de sortear los dos escollos contrapuestos de la conducción autoritaria por una parte (la más frecuente) y de la excesiva permisividad y espontaneismo por otra.

Programación: compete al catequista, o mejor, a la comunidad o grupo de catequistas, conocer las reglas de una correcta programación catequética y ser capaz de llevarla a cabo (DGC 245). Esto supone, como hemos visto, conocer e interpretar la situación de partida de los participantes, elaborar un proyecto concreto de acción, realizarlo y evaluarlo, con vistas a su perfeccionamiento y ulterior realización.

• CATEQUISTAS DE ADULTOS
La formación debe tener en cuenta la experiencia y los problemas reales del adulto. No solo en el sentido de no ignorarlos, sino en cuanto que tales problemas y experiencias deben quedar integrados en los contenidos y modalidades de la formación.
La formación debe ayudar a la promoción del nuevo modelo de creyente que hoy reclaman las nuevas exigencias de nuestra sociedad.
pedagogía y metodología del proceso formativo.
Según E.Biemmi podemos distinguir los tres modelos más frecuentes de formación:
• Un modelo muy tradicional es el tipo « vulgarización teológica», que tiende a hacer asimilar todo un acervo de contenidos e informaciones teológicas, siguiendo un proceso magisterial descendiente al estilo habitual de la enseñanza de la teología. La formación recibida, en este modelo, es del orden de la reproducción, de la imitación. La formación es concebida sustancialmente como «información», degenerando con frecuencia en «adoctrinamiento».
• Un segundo modelo es de cuño operativo o «tecnicista», que apunta a la transmisión de un «saber hacer» con vistas a la animación: técnicas de animación, dinámica de grupo, competencias relacionales, etc. Es una formación en la línea del «amaestramiento». Comunica capacidades de gestión y de relación, pero descuida los contenidos y los objetivos.
Quizás el modelo más frecuente hoy día sea el que resulta de la unión de las dos concepciones anteriores: una buena dosis de información teológica con la añadidura de algunas indicaciones de orden técnico y metodológico.
Me uno al pensamiento de que una eficaz pedagogía de la formación se define en función de los objetivos que persigue y de los procesos que pone en movimiento que garanticen en la medida de lo posible:
• la integridad de la formación (ser, saber, saber hacer),
• la claridad de las finalidades y objetivos,
• el fomento de una fuerte identidad cristiana en el creyente (la «espiritualidad» del catequista o del agente pastoral),
• el respeto de las exigencias propias del aprendizaje del adulto.

La «personalización», entendida como necesidad de poner a la persona en el centro de la formación, en una dinámica que convierta la «formación» en verdadera «transformación». En esta concepción el aprendizaje prima sobre la enseñanza y se presta mucha atención al uso de las narraciones o historias de vida
La integración entre teoría y práctica (ejercicio práctico que acompaña el aprendizaje teórico), que nos lleve a una reflexión continua y sistemática sobre la práctica pastoral.

La articulación entre ciencias teológicas y ciencias humanas la formación teológica que de luz a las vivencias claramente antropológicas y catequéticas: «Debe ser una formación teológica muy cercana a la experiencia humana, capaz de relacionar los diferentes aspectos del mensaje cristiano con la vida concreta de los hombres y mujeres "ya sea para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio" y manteniéndose como enseñanza teológica, debe adoptar un talante catequético» .

La orientación didáctica de la «formación permanente»: más que proporcionar conocimientos y habilidades, se debe ayudar a las personas a entrar en un proceso de auto-formación, a ser capaces por tanto de «aprender a aprender», con relativa autonomía y creatividad:

«El fin y la meta es procurar que los catequistas se conviertan en protagonistas de su propio aprendizaje, situando la formación bajo el signo de la creatividad y no de una mera asimilación de pautas externas» .
• Alberich, Emilio. “Catequesis Evangelizadora”. Manual de Catequética Fundamental.
¿Cuáles son las diferencias entre unas catequesis de niños o jóvenes y una catequesis de adultos?
En la catequesis de niños, la diferencia de edad y la escases de conocimiento de ninguna o muy pocas nociones sobre nuestra fe, facilitan la atención y quizás el método de trabajo, a través de guiones ya preparados didácticamente y adecuados para su utilización. Hay un gran campo de actividades lúdicas a través de canciones, manualidades y escenificaciones que pueden ayudar a la visualización del mensaje evangélico.
Al igual que en el campo de los jóvenes, aunque nos podemos encontrar con la dificultad de la falta de interés, o apatía social y familiar por todo este trabajo. Requiere de los catequistas, grandes dosis de dinamismo, para mantener el interés, y la perseverancia en la formación.
Pero y a los adultos, ¿cómo responder a sus expectativas o necesidades….?
En primer lugar con el empeño de seguir creciendo en el conocimiento y virtud de la fe, me explico, la primera cualidad que debería tener un catequista, es la seguridad de su propia vocación, el deseo de compartir la fe que profesa sinceramente. Ya que la catequesis de adultos ha de ser una experiencia enriquecedora, tanto para el que la recibe como para el que la imparte.
Los adultos, que vuelven a tener interés en seguir con el proyecto que abandonaron hace mucho tiempo, quizás de niños, ya traen los conocimientos que aprendieron de pequeños y que quizás se han olvidado o puesto en duda en el tiempo de no practicar. Pueden venir por tanto no solo con dudas, sobre lo que ya no recuerdan, sino con posiciones totalmente tergiversadas por el apostolado de los medios de comunicación y la propia realidad social, que hoy día, tiene como objetivo la descalificación de la religión, la vida, la familia, la libertad de verdad, etc. Campos en los que muy principalmente deberíamos dar luz, en nuestra labor de catequesis de adultos.
Es enriquecededora la diversidad de “mundos”, que se reúnen en torno a una mesa o en círculo para hacer una catequesis de adultos. Distintas experiencias, formación académica y profesional, distinta edad, situación familiar, etc. Todo ello, hace que tengamos que personalizar cada planificación de cada grupo concreto de catequesis de adultos, salvo claro que el catequista tenga unas grandes dotes didácticas y un gran conocimiento de todas las materias: conocimiento de la biblia, liturgia, y otras dotes catequéticas. Ya que puede ser muy diferente el nivel de intereses de unos u otros.
Por ello, vayamos determinando un mínimo de pasos a seguir para poder elaborar la planificación, más adecuada:
1. Objetivo de nuestra Parroquia con este grupo concreto:
2. Conocimiento de las personas que tenemos delante y una visión general de su realidad.
3. Fines de los interesados o participantes en estas catequesis concretas.
4. Especificación y elaboración de temas que convendría trabajar, para sacar el máximo provecho del tiempo empleado.
5. Evaluación y revisión continúa de la metodología, dinámicas y material que podemos utilizar para la mejor transmisión del mensaje.
6. Autoevaluación final del catequista y propuesta de mejora.

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